Aunque en varias ocasiones había expresado su intención de renunciar al obispado de Cartagena y abrazar la vida monástica, con su designación como cardenal, Belluga se vio abocado a renunciar a esta pretensión instalándose en Roma tras su retirada de la mitra cartaginense.
Durante su primera estancia romana entre 1720 y 1723, Belluga negoció su salida del obispado así como la persona de su sucesor. Tras su regreso a España para entregar al rey la Bula Apostolici Ministerii, cerrados los acuerdos con quien habría de sustituirle en la sede murciana, el Cardenal renunciará al obispado el 9 de diciembre de 1723 instalándose definitivamente en Roma.
Pronta la aceptación de su renuncia, en agosto de 1724 y desde Roma, el Obispo de Cartagena se dirigirá a sus diocesanos en una carta de despedida en la que explicará en primer lugar los motivos que le llevan a tal renuncia y se disculpa de sus muchos defectos y “falta de buen gobierno”. Elogia seguidamente la figura de su sucesor y explica detalladamente el acuerdo al que han llegado para la distribución de los beneficios del obispado. Por último Belluga recuerda algunas de sus acciones como Obispo y expresa tres peticiones, “que no se olviden de la observancia y guardia de nuestros edictos”, “que aquel mismo amor y obediencia que les hemos merecido, este mismo experimente nuestro sucesor” y finalmente que “nos perdonen los defectos que hemos tenido en su gobierno y pidan al Señor no nos haga cargo ni de nuestras certísimas omisiones, ni de los que pudieran haber aprovechado, si hubiéramos sido el que debíamos”.
La carta, fechada en Roma a 5 de agosto de 1724, con el título de “Pastoral que el Eminentísimo y Reverendísimo Señor Cardenal Belluga […] escribe desde la corte de Roma […] para todos los Fieles de sus Diócesis, con motivo de estar próxima à admitirse por Su Santidad, la Renuncia que tiene hecha de su Obispado”, fue publicada en Murcia por el impresor y librero del Obispo de Cartagena ese mismo año.